Para muchos niños y niñas riojanos, esa primera experiencia ocurre en Sala Negra. Desde que abrimos nuestras puertas, hemos trabajado con pasión para que cada visita sea memorable. Creemos que el teatro no es solo entretenimiento: es una herramienta para conectar generaciones, fomentar el pensamiento crítico y sembrar las semillas de la creatividad en los más jóvenes.
Parte de nuestra misión es cuidar cada detalle. Desde la música que acompaña la espera hasta las sonrisas del equipo, queremos que cada familia se sienta especial. Y al final de los espectáculos familiares regalamos mandarinas a los niños y niñas del público.
¿Por qué mandarinas?
De niño, en Mendoza, mi padre me llevaba cada domingo al campo de fútbol del Club Atlético Argentino. En la entrada, siempre comprábamos una bolsa de mandarinas que nos comíamos mientras veíamos el partido. Ese simple ritual se convirtió en un recuerdo entrañable, con el aroma de las mandarinas ligado a la felicidad de esos momentos compartidos con mi padre.
Hoy, en Sala Negra, quiero compartir ese mismo sentimiento con los más pequeños. Que cada mandarina sea el inicio de un recuerdo que los acompañe siempre, como los míos.
Además, elegimos mandarinas porque creemos en fomentar hábitos saludables. Podríamos dar caramelos, pero ¿qué mejor que una pieza de fruta para cerrar una obra de teatro?

Mi optimismo me invita a creer que se vienen buenas épocas para las salas de teatro pequeñas y para los eventos pequeños, me explico: como seres humanos vamos a dejar de creer en las pantallas: a las ya longevas noticias falsas o fake news se le suma ahora las no tan inteligentes IAs que pueden escribir cualquier texto o generara cualquier imagen o vídeo.